En el barrio de Las Letras cunde el desánimo desde que se sabe que el Jardín del Ángel, la floristería más emblemática del centro, cerraba este lunes sus puertas después de más de 100 años de actividad. Otra prueba más de que la autenticidad de la capital se evapora. La mala relación de los últimos explotadores del negocio con el casero, el cura de la parroquia de al lado, ha precipitado el cierre de un negocio lleno de historia. ¡Con la iglesia hemos topado!
Situada al comienzo de la calle Huertas haciendo esquina con la calle San Sebastián, el Jardín del Ángel, es un pequeño rincón verde que se levantó sobre el espacio del que fuera conocido como cementerio de los artistas. Lope de Vega, Juan de Villanueva o Ventura Rodríguez estuvieron enterrados en ese cementerio que cerró tras una orden de Carlos III que eliminaba los campos santos del centro de las ciudades.
El Jardín del Ángel desde 1889 se ha ido traspasando desde sus primeros propietarios, la familia Martín, que lo arrendó a la parroquia de San Sebastián. El Jardín del Ángel vendía, además de plantas y flores, todo lo necesario para el jardín, como abonos, semilla y herramientas. Las habituales actividades de la floristería como mercadillos y eventos llenaban de vida ese rincón del Barrio de las Letras.
Los últimos inquilinos de la floristería, que cesa su actividad, no han dado traspaso a otros floristeros, como ellos recibieron el traspaso hace diez años. Este fin de semana, la tienda ha liquidado existencias ante su inminente cierre.
Los socios creen que los desalojan por el alquiler que pagan, 2.300 euros, bajo para un local de 297 metros cuadrados en esta zona de precios disparados. El negocio, por épocas, ha sido boyante, con la venta de ramos de flores a los hoteles más lujosos del centro. Sin embargo, ha ido decayendo. El estado del local, muy deteriorado, tampoco ayudó. Por una cosa u otra no ha habido manera de poder renovar el contrato
Cuando Cadalso desenterró a su amada
En la misma tierra que hoy sustenta al olivo más antiguo de Madrid, José Cadalso, un 22 de abril de 1771, se dejaba las uñas intentando desenterrar el cuerpo de su amante: María Ibáñez, una notable actriz del Romanticismo conocida como la Divina. Tras este incidente en el camposanto de la iglesia de San Sebastián, la gobernación de Madrid decidió sacar todos los cementerios a las afueras de la ciudad.
De este modo, el dramático episodio, además de inspirar la trama de Noches Lúgubres escrita por el propio Cadalso, posibilitó que en 1889 se alzase un vivero sobre este escenario. La familia Martín arrendó el solar al obispado. Un terreno del que se habían retirado los restos de los miembros del gremio del teatro, entre los que se encontraban los de Lope de Vega, encomendados al santo que da nombre a la iglesia.
Si algo ha definido a los distintos propietarios que han dirigido el negocio es el amor por las plantas. Un sentimiento reafirmado en 1936, cuando, en mitad de la Guerra Civil, una bomba arrojada desde un avión del ejército nacional derrumbó parte de las paredes del local. La respuesta de los Martín ante tal destrozo fue reconstruir el establecimiento